22 de mayo de 2014

LA GUERRA DE LAS SEMILLAS TRANSGÉNICAS


Guerra corporativa x 20


 Silvia Ribeiro
 


No había transgénicos plantados comercialmente
en ningún país. Monsanto no estaba
entre las mayores semilleras. No existía
la Organización Mundial de Comercio, ningún
país del mundo estaba obligado a establecer leyes
de propiedad intelectual sobre seres vivos, ningún
país latinoamericano era miembro de la Unión Internacional
de Protección de Nuevas Variedades Vegetales
(UPOV) ni había en todo el continente “leyes
Monsanto”, ni de “bioseguridad”.
Todo esto ocurría apenas en septiembre de 1994,
cuando publicamos el primer número de la revista
Biodiversidad, por la necesidad de compartir información,
experiencias, ideas, de cuidar y afirmar la diversidad
de la semillas y la trama que las sostiene y
alimenta: la vida campesina y las comunidades locales.
En 1991, Larry Summers, entonces economista
en jefe del Banco Mundial, había anunciado la
guerra proponiendo “incentivar la migración de las
industrias sucias a los países subdesarrollados”, argumentando
que la muerte por toxicidad en esos
países era más barata, que esos países estaban subcontaminados
y que de todos modos la gente moría
antes de llegar a edad suficiente para morir de cáncer
por contaminación.
Las propuestas de Summers causaron escándalo,
pero no dejaron de aplicarse masivamente. La contaminación
de las industrias transnacionales avanzó
de la mano de los programas de ajuste estructural
que las apoyaron y les dieron impunidad, “liberalizando”
el comercio y forzando la apertura desleal
de los mercados nacionales. En 1995, Renato Ruggiero,
director general de la recién constituida OMC,
declaró: “estamos escribiendo la Constitución del
mundo”. La OMC integró toda la agricultura a las
reglas de comercio, como una mercancía más para
la ganancia, que no debía estar sujeta a trivialidades
como satisfacer las necesidades de cada país, ser
base de la soberanía y las culturas. Estableció un capítulo
sobre propiedad intelectual (ADPIC), redactado
por la industria farmacéutica —por entonces fusionada
con los agronegocios— que obligó a todos
los países a adoptar legislaciones que defendieran
en todo el mundo los registros, marcas y patentes de
las compañías, incluyendo sobre seres vivos.
De 1990 al 2000, la concentración corporativa se
acentuó vertiginosamente, y aumentó más de 750%.
El valor total de las fusiones y adquisiciones del planeta,
pasó de 462 mil millones de dólares en 1990 a
3 billones 500 mil millones en el año 2000, equivalente
a 12% del producto bruto global. Esta escalada
siguió en curva ascendente, pero más lenta, hasta
2007, cuando estalló una tremenda crisis financiera
del capitalismo. El valor de las fusiones cayó 43%
globalmente y no volvió al pico anterior: en 2013 el
valor global de fusiones y adquisiciones fue 2 billones
600 mil millones de dólares. La presencia de las mega
corporaciones en todos los sectores claves de la economía
no se revirtió: las empresas pasaron a ser cada
vez menos pero más grandes, sobre todo en agricultura
y alimentación. Con el hambre y la crisis por los
precios de los alimentos, esas empresas aumentaron
sus porcentajes de ganancias.
En 2002 por primera vez un supermercado, Walmart,
se convirtió en la mayor empresa del planeta.
Se mantuvo entre el primero y el tercer puesto global
en lo que va del siglo, siendo además el mayor
empleador privado del planeta, hecho que causó un
retroceso brutal en derechos laborales y bajó el promedio
de salarios cerca de 30%. En 2009, el mercado
agroalimentario se convirtió en el mayor del
mundo, sobrepasando al de energéticos.
Hace 20 años, las diez mayores compañías de
semillas tenían 30% del mercado comercial
global y Monsanto no estaba en la lista. Actualmente
Monsanto sola, tiene cerca de ese porcentaje del
mercado global de semillas. Con DuPont y Syngenta,
que tampoco estaban en la lista, controlan hoy el
53% del mercado mundial de semillas comerciales.
Las diez mayores, el 75.3%.
Sí estaban ya entre los 10 principales fabricantes
de agrotóxicos que en 1994 controlaban el 81% del
mercado mundial. Hoy, los primeros diez concentran
el 95% del mercado mundial.
Para dominar el mercado semillero, llave de todas
las redes alimentarias, Monsanto compró entre
otras, las semilleras Dekalb, Agroceres, Asgrow,
Seminis, Cristiani Burkard y la división semillas
de Cargill Norteamérica. DuPont compró Pioneer-
HiBred; Novartis y AstraZeneca se fusionaron formando
Syngenta. En 1998, una subsidiaria de Monsanto
patentó, con el Departamento de Agricultura
de Estados Unidos, la tecnología “Terminator” para
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hacer semillas suicidas y que los agricultores nunca
más pudieran volver a guardar su propia semilla.
La resistencia mundial logró que Naciones Unidas
estableciera una moratoria contra esta inmoral tecnología
desde el año 2000.
Este asalto al sector semillero por parte de los
fabricantes de venenos, explica que más de 85%
de los cultivos transgénicos se manipularan para
tolerar agrotóxicos, el mercado que les da más ganancias.
La totalidad de las semillas transgénicas
sembradas comercialmente en el mundo es controlada
por 6 empresas, todas originalmente fabricantes
de tóxicos: Monsanto, DuPont, Syngenta, Dow,
Bayer, Basf.
En 1996, comenzó Estados Unidos a sembrar
estas semillas adictas al veneno, seguido por Argentina
en 1998. Las empresas contaminaron
intencionalmente el sur de Brasil, con semillas de
contrabando, estrategia que se repitió en Bolivia,
Paraguay, Uruguay y otros países. Organizaciones
campesinas, ambientalistas y de consumidores resistieron
por años la invasión transgénica en Brasil,
pero Monsanto consiguió que el gobierno de Lula
legalizara la contaminación. Hoy 80% de los transgénicos
en el mundo se siembran entre Estados Unidos
y esos cinco países de la región.
En el mismo periodo, por presión de las empresas
y para cumplir con la OMC, 12 países de América
Latina y el Caribe se afiliaron a UPOV, en su
acta 1978, y recientemente, tres países al acta UPOV
1991, aún más restrictiva.
Hace 30 años, sólo un 5% de las semillas estaba
registrado. Las semillas en el mercado procedían de
investigación pública o pequeñas empresas semilleras,
y ninguna de ellas tenía ni el uno% del mercado
global. En 1994, la proporción global de investigación
agrícola pública se estimaba en 60% y la privada
en 40%. Hoy la privada tiene un mínimo de 60%.
Cerca del 90 % por ciento de las semillas comerciales
está restringido bajo propiedad intelectual.
Aunque el impacto de la guerra corporativa se
manifiesta en muchos niveles, la apropiación
del sistema alimentario es particularmente grave.
Pese al sombrío panorama, esto sólo aplica al sistema
alimentario agroindustrial, que aunque es el que usa
y abusa de la gran mayoría de la tierra, agua y energía,
sólo alimenta al 30 por ciento de la población
mundial. La vasta mayoría de las semillas están fuera
del circuito industrial, en manos de las y los campesinos.
Más del 70% de la población del planeta se alimenta
por lo que producen “los pequeños”: campesinas
y campesinos, indígenas, pescadores artesanales,
huertas urbanas, recolectores. En condiciones duras,
caminando entre la resistencia y la creación, pero al
mismo tiempo, afirmando la comunidad, la solidaridad,
la diversidad. Es verdad que los transgénicos
han producido una avalancha tóxica y contaminante,
pero sin embargo, tras dos décadas el 98% de su
siembra sólo está en 10 países en el mundo: 169 países
no los permiten. Y quizá lo más importante: a diferencia
de la Revolución Verde, que muchos creían
que era un “progreso”, con los transgénicos nunca
lograron tal falacia. La vasta mayoría los rechaza y
ni siquiera los gobiernos que han sido comprados o
convencidos creen que son buenos.
La revista Biodiversidad ha sido una más de las
muchas semillitas que contra viento y huracanes, seguimos
resistiendo esa colonización de la mente. l
Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC. Es cofundadora
y primera editora de Biodiversidad, sustento y culturas.



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